Quiero emborrachar mi corazón...

La nostalgia es un fenómeno complejo, que la mayoría concibe como la memoria afectiva, no desagradable pero con un toque de dolor, asociada a la añoranza por un hogar lejano o ya inexistente. De hecho, el término "nostalgia" fue acuñado por Johannes Hofer en 1688 que unió dos palabras griegas: "regreso a casa" y "dolor" para diagnosticar un síntoma grave de soldados y marineros en esa época.
Hoy la psicología le ha dado un vuelco y habla de la nostalgia como un almacén de memorias positivas que constituyen un recurso para darnos significado en la vida. Algo así como un recurso para mejorar la autoestima o para lidiar con el stress. Es por ejemplo, que un cubano inmigrante en Miami escuche a Ernestina Reyes La Calandria cantando aquello de ¨se ven las palmeras borrachas de sol¨ y se remonta a cuando tenía cuatro años en Varadero, olvidando el dolor de lumbago y la preocupación de que no tiene seguro médico. Y no importa que la cantante es puerrtorriqueña y el autor es mexicano, porque la nostalgia es una selección de recuerdos completamente influenciados por nuestras emociones. Nos contamos en la memoria una historia convenientemente editada y lo peor es que con ella, vamos tejiendo la entretela de nuestra identidad. Algo así como: dime por qué recuerdos sientes nostalgia y te diré, no quien eres, pero quizá quién quieres ser.
Y que conste que la nostalgia ha sido utilizada por muchos años como estrategia de publicidad y, (¿cómo no?), como hábil herramienta de persuasión política. Dime cubiche ¿es que no te hace ilusión ver a Trump con una guayabera y a Melania con un bata cubana como las que usaba Celia comiéndose un congrí con lechón asado en La Carreta?
En específico, para los inmigrantes cubanos la nostalgia no termina en el deseo agradable de tiempos pasados que siempre fueron mejores porque recordar lo doloroso es un proceso postraumático que no puede apagarse voluntariamente.
Es cuando empieza el debate entre la aculturación y el miedo a la pérdida de identidad que la situación se pone seria. Como muchos otros inmigrantes presa de ese terror a la desestructuración identitaria, los cubanos se asocian también en barrios de corte étnico que al final solo son guetos en sí mismos. Desconocen que, con el tiempo, y por más que se resistan y carguen tamales de Cuba porque ¨el maíz de aquí no sabe igual¨,  asimilan hábitos, costumbres y tradiciones del país que los acepta y que va estructurando su nuevo acervo cultural. Es inevitable una pérdida creciente de su identidad original a medida que pasa el tiempo, hasta agotar su reserva cultural dentro de cierto número de generaciones. Por eso comemos quimbombó como los esclavos africanos pero no llevamos grilletes en los tobillos ni hablamos en bantú.
Lo importante de la aculturación es que uno la pueda acoger por voluntad propia, sin imposición, sin aprensión, con el fin insuperable de buscar rápida adaptación a un nuevo estilo de vida y sufrir menos la alienación de ser siempre un extranjero en el lugar donde vives. Porque sobran estudios y encuestas que demuestran que adaptándose lo antes posible a la nueva ética, normas y costumbres del país de acogida se fortalece la iniciativa individual y se favorece la prosperidad.
Fue un cubano excelso, Don Fernando Ortiz quien acuñó el vocablo transculturación, distinguiendo tres etapas en la transculturación:
La aculturación: adquisición de elementos de la nueva cultura huésped como, por ejemplo, la incorporación de costumbres extranjeras como la vestimenta en los pueblos indígenas,
La desculturación: desarraigo o pérdida de elementos de la cultura nativa o antigua como, por ejemplo, la pérdida de la lenguas maternas muy común en los chicanos, y
La neoculturación: surgimiento de una nueva cultura e identidad cultural como, por ejemplo, la creación de la comida criolla o de que te encuentres en el menú de  un restaurante en Miami una hamburguesa servida entre dos tostones de plátano.
¿Eres de lo que cree que solo la nostalgia te mantendrá siendo quien eres o te permites recuerdos afectivos pero prefieres mirar hacia delante?
¿Crees que parapetarte detrás de tus costumbres va a impedir que a la larga te asimiles al entorno?
 ¿Te aterra pensar que si te asimilas ya dejas de ser quien eres y abandonas de facto tu ¨nacionalidad, patria, raíces¨ (palabritas de moda hoy en política)?
Yo me quedo con lo que decía Eduardo Galeano: "La nostalgia es buena, pero la esperanza es mejor”.




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