Con tu permiso, Alejo
Poco antes de emigrar de Cuba, hice un último intento de ir al cine que tuvo carácter épico por las dificultades con el transporte. Se trataba de la premier del filme Vidas Paralelas de Pastor Vega, un hijo de cantante campesino devenido primero actor mediocre y luego director de cine a punta de dedo y de confiabilidad revolucionaria. El guion de Zoe Valdés, que fue posteriormente premiado en ese Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, contaba la historia en un sólo día de dos individuos que viven en La Habana y en Unión City, New Jersey respectivamente. En una acera Andy, el habanero, sueña con emigrar a Estados Unidos y en la otra, Rubén, el emigrado ya instalado en el Norte, añora Cuba y a sus amigos pese a haber dejado la isla voluntariamente. A pesar de la anodina realización y del maniqueísmo forzado de la historia, no niego que dejó en mí un margen de dudas sobre emigrar como solución definitiva. Sobre todo considerando que la guionista había hecho un profundo estudio sobre el terreno al pasarse un par de meses con su familia en New Jersey pagados por el Instituto Cubano de la Industria y Artes Cinematográficos.
Mi regreso, casi veinte años después, con un periplo de Occidente a Oriente, ha sido aleccionador en cuanto a dudas de cualquier tipo. He visto un país donde la vida trascurre paralela entre la inútil calderilla nacional y la moneda convertible que pone precio exagerado e inalcanzable a casi todos los productos y servicios. Abunda la avidez por el contacto con lo extranjero no solo como modus vivendi sino por el hambre crónica de información mientras el renacer económico es solo una burla que pretende licencias de valor astronómico hasta para recoger latas en los basureros . Las chatarras rodantes de los años cincuenta que han sido hibridadas con piezas de cualquier tipo y que mal funcionan con petróleo robado del transporte estatal mezclado con kerosene te llevan de un lado a otro por calles y carreteras despedazadas mientras despiden humos que hacen el aire irrespirable. Donde debió existir el hombre nuevo hay policías que, a diario, acosan a las prostitutas y a los chóferes de los autos de alquiler estatales para extorsionarles. Proliferan los flamantes carteles en una gráfica trasnochada donde Rodchenko y Warhol se besan con colorido caribeño en burda alegoría al pasado heroico y el futuro luminoso e inalcanzable mientras el presente está en ruinas. Y en todas partes, como una pesadilla kafkiana, te persigue la foto barbuda del único santo argentino que ha remplazado a cualquier héroe pasado o reciente.
Y luego, los perros que son muchos. Abandonados a su suerte, deambulan con aparente indiferencia en todas las ciudades. Se tumban somnolientos al sol en medio de las calles como si desconocieran la diferencia entre la noche y el día. Famélicos y con las costillas a flor de la piel sarnosa no se alimentan de cadáveres como sus parientes de Benarés inmortalizados por el escritor colombiano. Parece que esperaran la muerte hasta que les pasa de cerca un turista. Poco importa que el visitante viaje disimulado como un nativo y lleve una semana frotándose el cuerpo con el seboso jabón de producción nacional: los perros siempre te identifican. A una distancia dictada por la prudencia defensiva, los perros te siguen adonde vayas. A una excursión a caballo o hasta la puerta de tu alojamiento. Allí se quedan, mirándote con ojos legañosos y tristes, mientras retornan a su estatus inicial de laxitud perdida hasta que pase el próximo turista. Es la misma mirada con que te despiden los cubanos de la isla.
Entonces, con amargura por los otros y satisfacción egoísta me doy cuenta que no soy ni el Andy ni el Rubén de aquella mala película.
Comentarios
Coincido con el Sr. Ramón Ramos que serán varios post y el tiempo,... que como un lente de gasa desenfoca lo sórdido de la realidad para La Patria.Igual tristón,mil abrazos.
Efectivamente tanto yo como mis dos amigos españoles coincidimos en que mientras mas nos alejábamos de grandes ciudades como La habana y Santiago y nos acercabamos a los pueblos, a lo rural, el ambiente se hacia mas sano, mas humano y habia un trato mas cercano. Siempre nos quedamos en casas de gente pues no queríamos estar en paraisos turisticos a lo apartheid como Varadero, Cayo Coco, etc. Tambien en mi barrio y en casa de mi madre la historia fue diferente en el trato y no hubo acoso por supuesto. Fue también una primera visita desde los 90. Quise hacer la visión en esta pequeña crónica es desde los ojos de un turista. Las miradas a las que me refiero eran de afecto pero de intensa tristeza en todas las casas. Lo de los perros es literal. Yo también tengo confianza pero en un futuro que no este marcado por el totalitarismo actual. Un abrazo.