Hace un par de días, mientras sufría en la estera eléctrica del gimnasio, tratando de mejorar mi rendimiento cardiovascular y de perder peso, eché un vistazo a las imágenes televisivas que se reflejan en el espejo frente a la máquina. Es una sensación esquizofreniforme pues lo visual no se corresponde con la música electro-techno-house que allí se escucha. Vi al grupo The Gossip con su cantante Beth Ditto, lesbianísima, rutilante y draga en dorado, moviéndose desenfadadamente erótica, exhibiendo su pelambrera axilar y su exuberante estructura adiposa con dignidad. No pude apartar mi vista y me puse a pensar en las gordas intérpretes de la música popular contemporánea que han sentado escuela de talento a pesar de las limitaciones de un físico generoso. Las divas operáticas no cuentan pues ya se sabe que los kilos de más han contribuido a la majestuosidad escénica de las Amneris, Aidas, Normas e Isoldas de este mundo. Y los Demis y Lucianos no han sido sometidos a la estulticia canónica de la belleza en la delgadez como las mujeres en ese medio.
Y me pasó por la mente, Mama Cass (Cass Elliot), la estrella de The Mamas and the Papas en los sesenta, la voz dulce y de alta tesitura que convirtió en éxito mundial aquello de “Dream a little dream of me” entre algún alucinógeno y muchos emparedados de jamón. Fue adorada aunque la acusaran de glotona hasta al morir.
Y la recién desaparecida Mercedes Sosa, la negra de Tucumán de voz como los pájaros, a quien no le bastó tener en su contra el ser india de nariz como pico de cóndor y ser enorme en sus dimensiones y encima se proclamó combativamente de izquierdas para ganarse amenazas a muertes. Paseó por el mundo música y poemas como nadie y se ganó el Olimpo de las gordas sublimes por haber sido “en la guerra diferente” a decir de León Gieco.
Y Amaya Uranga, la bilbaína que con un timbre aterciopeladamente único fue condenada a cantar letras de sumisión femenina con su grupo Mocedades en los setenta. Siempre con una carita tristona donde relucían dos aceitunas por ojos. Triste, no sé si por su batalla con la obesidad mórbida o por los temas que le tocó interpretar. Eso sí, fue su trino especial y no el de los lobos chistorreros que aullaban a su alrededor los que hicieron a este grupo famoso en toda Latinoamérica. Si les queda duda, pues escuchen a Amaya en su “Volver” y después hablamos.
Y el secreto poco compartido. Una cocinera, cubana, negra y descomunalmente gorda que se llamó Fredesvinda García Valdés, pero que solo algunos privilegiados conocieron bajo el nombre de La Freddy. Cocinaba para un medico famoso por el día y se embutía en un vestido barato para tomarse unos rones en el Bar Celeste y escuchar la victrola. Allí debutó una noche sin acompañamiento instrumental. A capella su voz melosa y de contralto que dilucidó el dolor en los boleros como nadie. Guillermo Cabrera Infante, testigo y admirador de la Freddy, la retrató en uno de sus libros: "…con un vaso en la mano, moviéndose al compás de la música, moviendo las caderas, todo su cuerpo, de una manera bella, no obscena pero sí sexual y bellamente, meneándose a ritmo, canturreando por entre los labios aporreados, sus labios gordos y morados, a ritmo, agitando el vaso a ritmo, rítmicamente, bellamente… el efecto total era de una belleza tan distinta, tan horrible, tan nueva…" . Dejó las sartenes por el cabaret Capri y la televisión cubana de los sesenta. Y nos dejó para siempre un año después del debut con un único disco que los coleccionistas se pasan como rara joya de esta otra gorda ilustre.
Me puse a pensar que si fuera mujer y con una de esa voces podría retar al mundo sin preocuparme por mi gordura. Como no soy ni la una ni la otra pero definitivamente tengo mi sobrepeso, seguí haciendo ejercicios.
Comentarios
!que bueno es todo cuanto emprendes en la vida!olé!