En mi opinión, Chico y Rita, la más reciente creación de Fernando Trueba, es ante todo un merecido homenaje musical a Dionisio Valdés, más conocido por el Bebo.
La historia es una apuesta barata por el melodrama, esa fórmula tan popular en el cine occidental pero en este caso sin toques socio existenciales: el malogrado romance de un músico y una aspirante a cantante en La Habana de los años cuarenta. El producto final es un sainete romanticón donde por obra y suerte de un maniqueísmo exagerado, todos los cubanos son mulatos sandungueros y los americanos son tontos y malvados. Aquí, el pathos del destino que separa la vida de los amantes se hace caricaturesco al ofrecer mínimas pinceladas de las fuerzas que los separan. Quizás al guionista le faltó conocer a Félix B Caignet para poder eludir lo excesivamente lineal y simplista de la historia.
Otra cosa distinta es el dibujo que, con líneas ponderadas por el trazo negro, intensos claroscuros y tonos cálidos, adquiere visos que rozan la genialidad en los escenarios habaneros y neoyorkinos que sirven de telón de fondo. La animación, con cierto abandono por lo tridimensional se enriquece con la sensualidad de movimiento de los personajes. Es el resultado especial de la mano magistral de Javier Mariscal en tándem creativo con Tono Errando y todo un logro.
Quienes crean ver la historia personal del Bebo en el Chico de Trueba se equivocan. El Caballón dejó la isla en los sesenta y nunca regresó. Y no solo porque el jazz se considerara música del enemigo a noventa millas. Del Bebo se vedaron sus mambos, sus boleros y rumbas desde que decidió emigrar, a pesar que hay mas percusión cubana que metales neoyorkinos en su música. Tanto la proscripción oficial a su orquesta Sabor como la más reciente vulgaridad invasiva del regatón han destronado a su antológico Ita Morreal.
Es esa misma vulgaridad del lenguaje actual la que ha sido tristemente trasladada a los personajes de la historia confundiendo cadencia al hablar y lenguaje soez. Le han puesto los modos de una jinetera del Malecón de hoy a una prostituta del Two brothers de hace treinta años. Peor aún es la voz de Idania Valdés, la hija de Amadito, cuya interpretación en esta película es una calamidad auditiva. Idania canta los boleros con ese estilo contemporáneo de balada quejumbrosa con el que nos han torturado el tímpano, con sus chillidos de gata en celo, muchas advenedizas. Todo un agravio a Olga, Celia, Blanca Rosa y hasta a la mexicana María Luisa Landín. A esta pésima Valdés la salva solo la música del otro Valdés, el magnífico.
Para los foráneos e ignorantes que ven en Cuba un paisaje de mulatas, ron y palmeras la película es un soberbio entretenimiento. Para esos que en su miopía cultural de lo latino confunden un zarape con una mantilla habrá asombro y hasta premios. Para mí es una buena película con excelentes dibujos y fastuosa banda sonora que seducirá a cualquier melómanos. Pero para la nostalgia, me basta con mi memoria, y un disco del Bebo y Cachao. Todo lo demás me sobra.
Comentarios
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Un saludo,
Juanma