El Brujito de Gulubu se nos volvió libertario

 

En la mayoría del mundo occidental mal llamado desarrollado vivimos en un régimen democrático donde las personas podemos decir lo que pensamos con libertad. Esto no quiere decir que podamos insultar y amenazar según nos parezca. Porque hay límites a lo que se dice o hace en todas las constituciones. Y además de lo legal, tampoco esta libertad de expresión implica que siempre razonemos correctamente.

Para los llamados antivacunas, los que seguimos la recomendación de los gobiernos de vacunarnos porque compartimos el criterio de la comunidad científica, estamos dejando que nos priven de libertad.

 El argumento de que los no vacunados, con su conducta, reducen el efecto de inmunidad colectiva y de que, cuanto más tiempo siga el SARS-CoV-2 circulando masivamente, mayor es la probabilidad de nuevas mutaciones como la reciente ómicron, no les vale. La disonancia cognitiva de estos seres es proporcional a su estupidez.

Lo de la movida anti vacunas no empezó hoy. Comenzó con un polémico artículo publicado en 1998 por el investigador Andrew Wakefield en The Lancet, en el que se establecía un hipotético vínculo entre la vacuna de la triple vírica y el autismo con datos de solo 12 niños. Después se publicaron muchas investigaciones para demostrar que lo del autismo por vacunas era una falacia. Por ejemplo, hay un estudio de más de 650.000 niños daneses desde 1999 hasta el 2010, que demuestra que la vacuna de la rubeola, la parotiditis y el sarampión –más conocida como triple vírica– no provoca autismo. Y The Lancet se retractó de la publicación de Wakefield por dar resultados falsos.

Sin embargo, la movida anti vacunas continuó su curso y uno de los resultados ha sido el regreso del sarampión que ya estaba erradicado en muchos paises. Los índices de vacunación contra el sarampión fueron de los más bajos en el mundo en 2016 como consecuencia de la caída de la confianza pública en la vacunación. El sarampión sigue siendo una de las primeras causas de ceguera a nivel mundial.

Con la enfermedad por COVID el argumentario contra las vacunas ha pasado por lo rápido de su desarrollo (diez años de investigaciones en mRNA) hasta posibles efectos secundarios como impotencia o esterilidad. Pero más de un año de la aplicación de vacunas para SARS Cov2 ha debilitado todos estos embustes.

Y es ahí donde cobra fuerza la tesis de la libertad donde se suman los políticos de tinte ultraderechista con un barniz libertario. Son los negacionistas de la ciencia como Trump y Bolsonaro los que encabezaron este discurso y hay seguidores por doquier.

En Austria hay un partido llamado “Pueblo, Libertad, Derechos” cuyo ideario consiste en tener  libertad y derecho para contagiarse y por ende contagiar al que haga falta, gritando no a las restricciones y medidas sanitarias. En el país que vio nacer a Hitler. Con la diferencia que los nazis se ponían las vacunas y se las negaban a los judíos para que se enfermaran. Los tiempos cambian.

El ejército de abducidos negacionistas incluye tontos que funcionan como antenas de repetición, infelices que quieren unos minutos de fama yendo en contra de lo establecido, modernos que no quieren nada extraño en su cuerpo mientras esnifan cocaína el fin de semana, conspiranoicos de todo tipo y oportunistas políticos que intentan medrar a través del miedo y por supuesto, con la libertad.

Las vacunas no dan ni quitan libertad. En todo caso, lo que producen son anticuerpos, no libertad. Reconciliar la vacunación con una renuncia de la libertad, es una ceguera voluntaria al principio elemental de que en una sociedad sin salud, no existe autonomía alguna y muere esa tan cacaread libertad. 

Estos son los nuevos brujitos de Gulubu, como cantaba la gran María Elena Walsh.

Con estos tóxicos no tengo tolerancia. Caso cerrado.



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