Confieso mi expectativa ansiosa porque exhiban en Madrid la última versión fílmica de Alicia en el país de las maravillas. No es el libro mágico de mi niñez. Nada más lejos. Lo siento por Lewis Caroll, pero yo fui de los que se subió al ganso de Selma Lagerlof en el maravillo viaje de Nils Holgersson. Y eso que antes que la premio Nobel sueca publicase este libro genial, ya había una versión cinematográfica de Alicia, la de Hepworth en 1906, que tampoco yo he visto.
Lo que ahora causa mi ansiedad anticipativa es que junto con el ganso sueco, no he podido olvidar ni las manos tijeras de Eduardito ni los chocolates de Willy Wonka. Para mi Tim Burton, es un maestro en mezclar lo gótico, lo fantástico y lo expresionista con un resultado de la mayor calidad estética. Me muero por ver de nuevo sus payasos, sus perros muertos y sus suelos en dominó blanquinegro.
Estoy convencido que esta vez Alicia me va a seducir. Lo mismo me pasó con el Señor de los anillos, donde Peter Jackson logró conmigo lo que no pudo RR Tolkien. Y es que tropecé antes con Michael Ende y su Nada, la no existencia, me resultó más sobrecogedora que los Uruk-hai, los Nazgûl y toda la sarta de bichitos malos del británico.
Por cierto, que acabo de leer la primera entrega de Los tiempos del Oráculo- La era del cometa de Ramón Ramos, quien en un discurso directo, fluido y técnicamente impecable nos entrega un mundo fantástico, en mi modesta opinión, más cercano a Ende que a Tolkien. La historia se desarrolla, en un país/territorio de geografía que se me antoja celtíbera o latinoamericana pero no germana, en el cual diferentes etnias/ciudades se relacionan entre sí y hablan diferentes lenguajes. Al igual que Ende y Tolkien con sus Pantano de la Tristeza y Ciénaga de los Muertos respectivamente, aquí también hay espíritus, pero no son malignos ni destructivos, pues se respira belleza y optimismo en la historia aun en los momentos más duros.
Llama poderosamente la atención que Ramón Ramos no se recree en lo mitológico y lo pasado, como los maestros del género fantástico que menciono, sino en los posibles futuros y el espacio-tiempo, en un movimiento que lo acerca más a la ciencia ficción que a lo puramente fantástico- sobrenatural.
Mediante sus dos héroes, Jaspe y Tilo, el autor nos narra magistral y casi cinematográficamente una historia donde el verdadero protagonista es el tiempo y una máquina/templo llamada El Oráculo que al igual que la Momo de Ende tiene la habilidad sibilina de dar respuesta a todos los problemas y como en el Templo de las Mil Puertas, la entrada no garantiza la vuelta atrás y permite moverse en el tiempo. En este libro, el autor nos garantiza la magia (afortunadamente para mi gusto) con universos alternativos y no con tortugas, enanos, trolls, elfos y arboles parlantes.
Yo sé que hay quien piense que las referencias y comparaciones con lo ya escrito restan originalidad. Nada más lejos para mí. Creo que después de todo lo que se ha escrito, el verdadero valor de una obra literaria no radica en falsamente pretender inventar algo absolutamente nuevo, sino en retomar las buenas formulas y plantearlo en un modo innovador y que en este libro, a mi entender de lector adicto, se da sin lugar a dudas.
Al decir de Ende “la realización fantástica es, sobre todo, la capacidad de pensar creativamente, de encontrar nuevos valores, de crear nuevas imágenes, de ver nuevas relaciones y, en este sentido, la fantasía es indispensable para acercarse a la realidad, ella no nos aleja de la realidad vital”.
En “Los tiempos del oráculo”, Ramón Ramos definitivamente logra su propuesta novedosa de hacernos viajar a la era del cometa y hacernos sentir cercanos a su realidad. Seguiré esperando la próxima entrega de Ramón y la Alicia de Burton. Estabas claro Michael, hay muchas puertas para ir a Fantasía.
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Saludos.