Acabo de leer en Babelia, suplemento de EL País
que una de las lecturas recomendadas de este año son los Diarios de Rafael Chirbes.
El fallecido escritor valenciano dejó preparados
los apuntes cotidianos que fue tomando durante su vida adulta para una edición
póstuma que ha generado bastante polémica.
Los que hemos leído sus magníficas novelas no deberíamos asombrarnos por
un escritor que tiene un estilo duro casi cercano al realismo sucio. Ni mucho
menos que, en sus notas, hable de su sufrida sexualidad y de la amenaza de la
pandemia del SIDA. Y es que en su primera y última novela (Mimoun y Paris
Austerlitz) el tema de la homosexualidad es explícito.
Hay comentarios en los medios de insultados tanto
como hay de los condescendientes que se llenan la boca para decir ¨fue un
hombre muy discreto¨. Se equivocan, fue un hombre muy resignado.
La historia no es nueva. El inmenso Vicente Aleixandre
nunca admitió su condición públicamente, al menos hasta que en 2016 salieron a
la luz sus escritos homoeróticos, como las cartas de amor que le escribió a
Carlos Bousoño. Otros como Juan Goytosolo, no lo negaban pero cuidaban mucho de
airearlo. Y ya de Juan Ramon Jiménez no te digo nada, que te lo cuente Platero.
Y con
Rafael Chirbes se demuestra que no es un problema de otra época, como aquella que
le tocó vivir a Aleixandre. O si lo es. Que los contemporáneos Álvaro Pombo (que
hoy tiene 82 años) o el todoterreno literario Antonio Gala (que ya está en los
noventa), se han puesto su orientación sexual por montera y sin complejos
Que si, que cada cual tiene su derecho de decidir
vivir en el armario o no.
Que si, que los escritores heterosexuales no
pregonan lo que hacen en la cama. Bueno, algunos sí.
El problema es que la heterosexualidad es aceptada
por normalidad y aun hoy la homosexualidad tiene visos de patología para
muchos. Y si no lo creen, vean como VOX no apoyó una declaración parlamentaria
de la lucha contra el SIDA porque según ellos existe una ¨agenda gay¨.
Y detrás de la actitud de Chirbes y otros no está el
ejercicio de un derecho sino un miedo acerbo al ostracismo, al rechazo y la no aceptación
de familia, amigos y sociedad en general. Esa que no tiene dudas de la soltería
crónica y sabe que prefieres el ballet al futbol y que probablemente lo vea todo
bien mientras no se diga. Es por eso que Bill Clinton, que sabía mucho de
sexualidad, instauró por muchos años el ¨Dont Ask Dont Tell¨ en el ejército
americano. Que estaba igualmente de bien que te pusieras a rezar a la Meca
delante de tu sargento como que Mónica se pusiera de rodillas en el despacho oval,
mientras se guardara silencio.
Y miedo a la conocida discriminación de las
editoriales que durante muchos años a duras penas publicaban libros de tema
homosexual porque no tenían interés comercial. Y por eso surgieron editoriales
de línea homosexual y si no que se lo pregunten a mi amiga Mili, de la
Editorial Berkana.
Que esto ha cambiado para mejor pero que el miedo
se aferra muy dentro, más cuando ha sido atávico y cuando está todavía lejos la
necesaria equidad de los genitales.
Vamos a leernos los Diarios de Chirbes como lo que
es: notas de la vida de un hombre brillante y sufrido. Tanto como ese poeta
sublime que fue Luis Cernuda, también en el armario en su época, al que Octavio
Paz le decía: Ni cisne andaluz ni pájaro de lujo. Pájaro por las alas, hombre
por la tristeza. Una mitad de luz, otra de sombra. No separadas: confundidas,
una sola substancia y vibración que se despliega en transparencia.
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