Los estereotipos y Sarah Tobias



A finales de los ochenta, un grupo de amigos vimos en un club de vídeo clandestino en Cuba la película ¨The Accused¨ que hace una versión libre de la violación en grupo en 1983 de Cheryl Araujo en New Bedford, Massachusetts. Después, la vi un par de veces más. Sobre todo, por la brillante actuación (que recibió un Oscar) de Jodie Foster interpretando a Sarah Tobías, una mujer obrera de 24 años que es violada en serie por tres clientes borrachos del bar The Mill mientras un grupo que los rodean los animan y aplauden el espectáculo. Recuerdo que el grupo de amigos se enfrascó en una discusión que tocó muchas aristas sobre el clasismo, la misoginia, el machismo, los sentimientos de culpa de las victimas y los derechos de las mujeres. Como siquiatra, mi participación se centró en el aspecto postraumático de la violación mientras una amiga abogada nos alertaba del límite entre lo consensual y lo forzado. Nuestra discusión, tisana de hojas de naranja y algo de ron por medio por la escasez imperante, pasó por todos los puntos posibles: que si Sarah se emborrachó y perdió el tino, que si Sarah llevaba una minifalda y un escote que provocó la situación, que a Sarah le iba la marcha y calentó al tipo con el que bailaba y hasta alguien dijo que el estudiante joven que se asqueó con el evento y declaró a favor de la violada en realidad era medio maricón y no le gustaban las mujeres. 
Treinta y cinco años después y en España, los incidentes conocidos por La Manada provocaron reflexiones de todo tipo sobre una situación similar en foros de Internet, bares, esquinas y los medios de comunicación. Ver a miles de hombres y mujeres manifestándose a favor de la victima fue para mi un aliciente de una mayor comprensión del problema. 
Hace un par de días, en una reunión alguien soltó el tópico de La Manada como una manzana de la discordia. Y enseguida se sucedieron las opiniones y comentarios de que Clara García (la Sarah Tobías del caso de Pamplona) iba buscando sexo y diversión que es lo que se hace en un San Fermín. O sea que la encerrona no es a los toros, sino a una chica de 20 años para que cinco tipos la penetren por todos los orificios. Que hoy muchas van con ropas provocativas y se lo buscan. ¿Y que hago yo cuando vea a un tipo marcando musculo, glúteos y paquete? Y que tiraron el teléfono porque la fulana se estaba grabando. Desde luego que a Clara le va el porno y tiene una coordinación envidiable para grabarse con cinco tipos encima. Y no digo más, porque los comentarios me dieron mucha vergüenza ajena. Y sobre todo, porque la mayoría que participaba eran mujeres. Los hombres aparentemente heterosexuales no entraron ni a opinar.
Cuando estudiaba mi especialidad, aprendí que los prejuicios tanto positivos como negativos tienen un componente que es el estereotipo (si te vistes con una minifalda y llevas escote y te vas a un bar eres sin duda una puta). Los estereotipos funcionan como un mecanismo de ahorro cognitivo. Cuando nos encontramos con una persona que hemos estereotipado, nuestra forma de percibir a esa persona salta inmediatamente y la respuesta emocional (de aprecio o de rechazo según sea el prejuicio) se manifiesta en todo su esplendor. Por eso, es tan difícil de eliminar un prejuicio, porque cumple una función cognitiva, es decir, una utilidad. Y porque se puede convertir en lo que se llama disonancia cognitiva que no es otra cosa que la respuesta agresiva a la ansiedad que nos provoca que alguien contradiga con información nueva la idea preconcebida que tenemos sobre cómo funciona el mundo. Ideas que muchas veces están colmadas de estereotipos y prejuicios y que son parte de nuestra formación, educación y de la influencia de grupos de pertenencia. 
Certera Maya Angelou cuando dijo: “El prejuicio es una carga que confunde el pasado, amenaza el futuro y hace inaccesible el presente”.
Lo que trajo el barco.

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